lunes, 20 de septiembre de 2010

Chocolate

Por Aurora Andrade






Estimado señor:


Me permito enviarle un caluroso saludo y felicitarlo por la inigualable calidad de su línea de productos. No sabría decirle exactamente cuál de ellos me parece más sabroso. Verá: hace tiempo que tengo esta necesidad de probar todos los chocolates que existen a la venta, especialmente cuando me encuentro muy sensible. Disculpe mi atrevimiento, pero confío en que usted sabrá interpretar la peculiaridad de la indisposición que se presenta al final del ciclo lunar de toda mujer.

En esta búsqueda –y preciso aclarar que me ha tomado más de diez años- he recorrido tiendas de abarrotes, autoservicios de interminables anaqueles, otros muchos establecimientos que cuentan con sección de ultramarinos y dulcería, y los conocidos delikatessen. He probado más de 142 marcas de chocolates y 82 variedades de ellos. Sin embargo, fue hace algunos días que una de mis amistades regresó de un largo viaje por su país y tuvo el fino detalle de regalarme una caja de madera bellamente envuelta. Como seguramente usted sabe, es de pésimo gusto abrir los regalos en cuanto se han recibido. Así, esperé a que mi visita se marchara y destapé ansiosa el presente, con cuidado de no romper la envoltura. Cuál fue mi sorpresa cuando descubrí en la inscripción de la tapa que mi amiga se había tomado el cuidado y la atención de pensar en mis gustos tan especiales. Hasta ese momento, tenía la sospecha de que esos chocolates fueran tan insípidos y comunes como otros que han llegado a mi paladar. Temía que no pudieran satisfacerme y que terminaran en la cazuela del perro sin lograr calmar este vacío que me corroe hasta las lágrimas una vez al mes. Decidí abrir la caja y probar al menos uno, por curiosidad, claro está. No pude ocultar mi agrado cuando aparecieron ante mis ojos las delicadas envolturas de papel azul cielo decorado con orlas y flores doradas que me recordaron el techo del templo de Santo Domingo en la ciudad de Oaxaca, un valuarte del barroco, sin duda. Mi sorpresa creció aún más al mirar los moldes de aquellos que no llevaban envoltura. Permítame confesarle que los contornos de las piezas en cuestión me resultaron bastante sugerentes. Sí, me escandalicé al pensar que su empresa es poco discreta y manifiesta tendencias de subliminal pornografía, lo que, francamente, me parece una estrategia de mercadeo que pondría en duda sus principios morales. Superada esta primera sospecha, confirmé que mi aguda imaginación y mi amplio conocimiento en el campo de la chocolatería me llevaba a terrenos poco gratos.

Debo reparar en una indiscreción más: terminé con el contenido de la caja en menos de media hora. Uno tras otro, los chocolates abandonaron su contenedor para llenar mi boca con una larga, larguísima sensación de contemplación mística. Lo que yo calificaría como un sabor redondo, completo y profundo, apenas describiría mezquinamente lo que experimenté. Sus productos contienen la manteca de cacao necesaria para suavizar y entibiar el gusto. Con ello, la solidez del chocolate alcanza su punto de fusión en el momento exacto en que la salivación es más intensa. Sin embargo, y espero que tome esta crítica en consideración, encontré que algunos de los chocolates rellenos no pasan de ser de mediana calidad y de mínima originalidad.

La mayor virtud de algunas piezas, creo yo, se encuentra en los trozos de almendra y avellana finamente picados que apenas se perciben, y cuyo sabor se realza con los toques de vainilla –la de vaina, por supuesto, la auténtica- que han agregado al tueste de las semillas. Pero mi mayor satisfacción llegó mientras la punta de un chocolate se derretía entre mis labios y extraje una deliciosa pasta semitransparente que inundó mi boca, mi aliento y mi respiración con una esencia de anís y oporto. No pude emitir otra exclamación que no fuera un sonoro y extático “¡Bravo!”.


Después de haber experimentado tal placer, muy cercano a la completud ontológica, debo reiterar mi completa fidelidad a su línea de productos y mis más sinceras felicitaciones. Espero, en la medida de lo posible, llegar a conocerlo a usted algún día para expresarle de viva voz mi infinito agradecimiento. Suplico disculpe mi insistencia e indiscreción, pero creí necesario hacerle saber que sus chocolates han sanado años de triste y solitaria búsqueda. Ahora que los he encontrado, nada me honraría más que recibir, al menos una vez al mes, un ejemplar de aquella caja de chocolates. Me comprometo a depositar puntualmente el dinero de la compra en su cuenta. Puede estar seguro de que ahora soy lo que ustedes llaman un “cliente cautivo”.

Espero su pronta respuesta y su grata visita.


Atte.
Sra. Alfonsina Rivas Díaz de León

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