Por Raquel Saavedra
La ciudad de México, una de las más pobladas del mundo, está llena de gente hambrienta. Siempre tiene comida disponible al alcance, y a la mano, del consumidor. Siempre.
La ciudad de México, una de las más pobladas del mundo, está llena de gente hambrienta. Siempre tiene comida disponible al alcance, y a la mano, del consumidor. Siempre.
En los mercados, calles y avenidas se pueden observar los puestos fijos y los vendedores ambulantes, el carrito empujado a pie o en bicicleta, o simplemente un cajón de madera lleno de dulces que el vendedor carga con sus manos; en las tiendas departamentales, el restaurante o la sección gourmet; en los centros comerciales la zona de comida rápida; en las oficinas la maquinita expendedora de galletas y papas; en las escuelas, la tiendita o la cafetería, y a la salida el vendedor de papitas con salsa y paletas heladas.
Como en todas las grandes ciudades hay servicio de comida a domicilio: garantizado. Tendrás en menos de 30 minutos mucha comida de dudosa calidad a precios excesivos y empacada en un montón de recipientes desechables innecesarios.
Es una de las ciudades más lentas del mundo, en sus avenidas principales se logra avanzar a sólo 6 u 8 km por hora. A veces imagino que llegará el día en que alguien tome tu orden en una esquina y te entrege tu comida en el siguiente semáforo.
Con toda esta comida, moviéndonos a esta velocidad y consumiendo tanta chatarra, no me sorprende que en el 2013 México ocupará el primer lugar mundial de obesidad, primer consumidor de refrescos y primer lugar en casos de diabetes.
La dieta tradicional en México era muy nutritiva; sin embargo, se ha ido reemplazando por la comida empacada, y el consumo de bebidas hechas a base de frutas se sustituyó por refrescos.
Prometo que en mi platito azul no verán comida chatarra ni bebidas carbonatadas en mi tacita de peltre. Te invito a que pruebes dejar de lado todo lo que venga en una bolsita sellada o en una botella de plástico, al menos por un mes.
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