El silencio envolvía la soledad de aquel hombre perdido en la inhóspita llanura. El crujir de las brasas era el único sonido que irrumpía en la pesadez de la noche. Taciturno, el viejo acomodaba con una rama los trozos de leña mientras recordaba una historia que caía en el olvido: la suya y la de su gente. La de un pueblo cuyos valores y costumbres habían sido condenados al archivo de los museos bajo el concepto de lo arcaico. En todo ello pensaba mientras preparaba la carne y distribuía el carbón bajo la parrilla siguiendo las enseñazas de su padre. Imaginaba cómo los nuevos dueños comerían el asado que estaba preparando.
Pensó en envenenarlos. Enseguida descartó la idea; algo le prohibía violentar lo único que le quedaba: la cocina como una forma de haber sido en el mundo. Minutos más tarde, llegaron ellos, los que comerían el último asado hecho por alguien de estas tierras. Intentaron imitarlo durante años, pero nunca pudieron acercarse al sabor de aquel legendrario rito.
que buen articulo
ResponderEliminarme gusta la descripcion del ritiual de la carne asada
mejor
acompañada de un tinto
saludos desde Guadalajara