lunes, 31 de enero de 2011

Hora del té

Por Alba Miranda

El mundo sería más maravilloso si las tazas de té no tuvieran fin, como las charlas que las acompañan.  

La hora del té. ©Aligradolls
En un país de América del Sur, el hecho de tomar el té, es más que una tradición, es una costumbre necesaria, que no puede pasar desapercibida y más cuando está acompañada de deliciosas comidas típicas de cada región, llamadas “masitas” y “horneados”.

El país al que hago referencia es Bolivia, el corazón de Sudamérica, donde en la sede de gobierno más alta de Latinoamérica, La Paz, uno puede calentarse con una taza de té o sudarla por la juerte calor en una ciudad con un clima a la cual sólo le falta una playa con un mar: Santa Cruz de la Sierra.

En ambas ciudades  se pueden encontrar salones de té y cafeterías con grupos de mujeres de distintas edades, desde quinceañeras hasta señoras que portan una orgullosa blanca cabellera; algunas van por la charla, las buenas o malas noticias, a jugar cartas o a ser vistas para salir en la sección de Sociales de los periódicos o para que las más jóvenes suban fotos al Facebook.

Cabe resaltar, que cuando uno pide un té, lo más seguro es que le traerán un té negro, con la excepción de que pida otro, como un mate de coca (sirve para aliviar el mal de altura que produce La Paz), un Trimate, compuesto por anís, coca y manzanilla (el té que toda abuela y mamá recomienda tomar cuando duele la panza o el diente) o infusiones de fruta.


Tomar el té puede llegar a ser un ritual de convivencia entre las personas presentes, como si batir el azúcar o la miel, indicaran el inicio de una charla íntima que permite sacar lo que tenemos y seguir adelante. O si no hay con quien compartir el momento, pues nos permite soplar lo caliente del té, saborearlo y seguir con lo que resta del día.

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