Todos los días vuelvo a la plaza esperando encontrarte. El aroma del café tostado me obliga a sentarme en una de las mesas de los portales. Siete campanadas riegan la noche entre una algarabía de palmeras, marimbas y damas con abanico. Es hora de que aparezcas. Tomo mi cuchara y la hago tintinear contra el vaso. Enseguida se acerca un jovencito -guayabera impecable- con dos jarras en la mano. Vierte el café negro, después sirve la leche con cálculo milimétrico. Le pregunto por ti, doy santo y seña. Te busca con la mirada y señala el final del corredor. Envuelta en el aroma del café se acerca una mujer resplandeciente. Cuando sus ojos me rozan, ya no me importa que no seas tú.
like it..!!
ResponderEliminar