lunes, 23 de mayo de 2011

El último dragón enano


“La boca se llena de palabras que repiten los placeres de la boca” dijo, y terminó de mover el guiso con la soltura que sólo se obtiene con el pasar del tiempo y las muñecas firmes.
Es dragón, dragón enano”, dijo entre dientes mientras olía de cerca. Aquel hombre que se llamaba a sí mismo cazador de dragones, parecía haberse acoplado a la tierra en los ojos, a sus botellas vacías que colgaban causando un ruido sin calma para ahuyentar espíritus chocarreros y atraer ángeles ebrios. Me sentí obligado a preguntar de dónde había sacado al dragón que estábamos por comer. Después de un silencio que parecía indicar que aquello de comer dragones era cosa de locos, dijo: “comeremos un dragón, sólo que éste se hizo pequeño, perdió sus alas en alguna batalla y quedó protegido por un ridículo caparazón que cura. Beba su sangre.” No estaba seguro de querer beber sangre de dragón enano y dentudo y evité la bebida. Su rostro se tornó grave y me extendió un poco del guiso aquél. Siete carnes en mi boca y una sensación de querer decir algo al respecto.
“Comió usted al último de los dragones enanos, ¿qué siente?” Estoy seguro de que cientos de dragones pequeños de caparazón ridículo me hubieran querido matar ¿Por qué yo? Concluí que la boca no entiende nada sobre el pasado, que basta una pizca de malicia y tres de ignorancia para comerse al último dragón y aún chuparse los dedos. Siete carnes a cambio de una especie… prefiero seguir mi viaje con la boca y las palabras cerradas antes de tragar y desechar hadas, duendes y unicornios.

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