martes, 3 de mayo de 2011

Mercados de tradición y colorido

Por Luza Alvarado


Hace falta oler los pescados recién sacados del río y hacer que las acamayas vivas se queden adentro de “la medida” para comprender por qué los mercados tradicionales nos recuerdan la esencia de lo humano.


La diversidad, el colorido y la riqueza de los mercados en México son reflejo de una forma de vida y una herencia milenaria. Aquéllos que han sobrevivido al paso del tiempo –los de Oaxaca y Puebla, por ejemplo– son reconocidos por propios y extraños como un sitio privilegiado de intercambio cultural.

En la Sierra de Puebla se encuentra Zacatlán de las Manzanas, un pueblo cuyo mercado reúne cada semana a diversas etnias y productos de toda la región. Lugar emblemático por su feria anual, así como por el cultivo e industrialización de la manzana, Zacatlán se ha convertido en un hervidero de influencias, intercambios y renovaciones.

Hace falta internarse bajo los toldos de plástico que pintan de color azul o fucsia los rostros de los vendedores y sus ojos rasgados. Hace falta agacharse para levantar los guajes y tentar las calabazas. Hace falta hundir los dedos en el monte formado por el chiltepín, sentir qué distintos son los frijoles vaquita de los sanjuaneros, oler los pescados recién sacados del río y hacer que las acamayas vivas se queden adentro de “la medida” para poder pesarlas. Hace falta dejarse abrazar por los acentos y la musicalidad del náhuatl y el popoluca que, combinados con el castellano, tienden un puente entre marchantes y productores; internarse en los andadores de hierbas, cortezas y raíces que van de lo aromático a lo curativo, y dejarse aconsejar por las expertas yerberas.


Y si todo eso no bastara para comprender por qué los mercados tradicionales nos recuerdan la esencia de lo humano, entonces hay que mirar alrededor: zapateros, tejedores de mimbre, orfebres, dulceros, cerrajeros, carpinteros, artesanos, peleteros... Todos están ahí, en estanquillos y locales con mobiliario de madera, quizás desde hace más de cien años, heredando el oficio del padre y enseñándoselo a los hijos que aún no tienen intenciones de irse a “La Capital” o “Al Otro Lado.”



Mercados tradicionales como el de Zacatlán de las Manzanas o el de Zaachila, en Oaxaca, no son simplemente un lugar de intercambio de productos: aquí el comercio implica un ir y venir de puntos de vista, formas de vida y organización social. Productores y vendedores vienen de lejos a ofrecer su mercancía, y en el trato o el regateo uno puede leer cierto orgullo, algo nostálgico y quizás idealista: la tierra sigue siendo de quien la trabaja.

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