Por Inés Saavedra
Hace calor en la ciudad y un sol radiante con tonos rosados, entramos en un restaurante italiano para tomar una copa, aún no es la hora de la reservación para cenar.
Nos recibe el dueño del lugar: un Vito Corleone napolitano, su camisa de estampados hawaianos sirve de lienzo para sus collares dorados, sus prendedores de cruz, su brazalete ancho y sus anillos pesados.
Pasamos a la terraza trasera en dónde una veranda cubierta por los sarmientos de una vid cargada de viñas da frescura al lugar. El cielo rosado y el calor me invitan a tomar una copa de vino rosé de California.
Ha llegado la hora de la reservación a cenar y nos encaminamos al restaurante. Sepia, es uno de esos lugares en los que el ambiente lo es todo: enormes candelabros grises cuelgan del techo del local, sillas de alto diseño, materiales con texturas interesantes en los pisos y paredes, todo a media luz.
Comienzan a aparecer las entradas para compartir: una ensalada de pulpo, un plato de fiambres selectos y la estrella: ravioles rellenos de un dulce y perfumado puré de chícharos servidos con rábanos frescos y germen de alfalfa.
Los platos fuertes: un plato de callos de hacha con un refrescante puré de raíz de apio acompañado con una fina moronga; dumplings vegetarianos perfumados de stinging nettles (una especie de ortiga).
¿Sobre los postres? Interesantes mezclas de chabacanos con almendras; chocolate y chile ancho; cacahuate y chocolate.
Sabores delicados en espacios deslumbrantes... ¿Qué más se puede pedir?
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