jueves, 16 de diciembre de 2010

El orden del caos

Por Gustavo Proal


"
Me descubro el director de una orquesta que interpreta siete temas distintos a la vez y me doy alas, confiando en las posibilidades de la improvisación culinaria..."


Llego a casa y me topo con las consecuencias de una vida apresurada (más bien caótica); es utópico pensar que podré elegir los ingredientes necesarios para un menú preciso, digno del paladar de un muchacho con ínfulas de chef pero disciplina de músico frustrado. Como en el pentagrama, necesito responder ante el vacío, en este caso, el del refrigerador.

Hago acopio de lo aprendido cada vez que me negué a desayunar un simple huevo cocido o no quise resignarme al atún en lata y las verduras congeladas y decido comer bien a como dé lugar.

Franqueado por un caos creativo, esa descarada hoja en blanco que me sugiere obtener poesía de una sopita de letras; inmerso, pues, en el “¿Ahora qué?”, me pregunto si esas espinacas podrían llevarse de maravilla con aquel curry escarlata que quién sabe de dónde salió pero se muestra sugerente. Pongo a estos dos a bailar en el sartén mientras adivino que esa hierba de olor quiere entrar en esta bacanal de sabores accidentados pero que, como en el jazz, terminan en el acorde perfecto de un platillo simple. Se suman a la sinfonía un par de portobellos que se escondieron en el cajón de verduras aquella vez que -no hace mucho, espero- tuve tiempo de planear lo que mi paladar degustaría.

Me descubro el director de una orquesta que interpreta siete temas distintos a la vez y me doy alas, confiando en las posibilidades de la improvisación culinaria. El caos llega a mi boca. Descubro que cocino como escucho, que escucho como cocino: preparo un playlist de sabores tan ecléctico como mi vida, improvisado y necesario para no conformarse con sabores familiares. Estoy satisfecho: sabe bien.

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