Mi viaje por Europa está por terminar y me resulta inevitable hacer un resumen del total, mismo que haré desde el paladar:
Comencé mi aventura con pan y jamón ibérico. Difícil de masticar, pero resulta estimulante rumiar sin descanso con esa sobredosis de grasa y sal. ¿Por qué? ¿Qué instinto primario se despierta ante este sabor fuerte y una textura chiclosa pasada por cañita de cerveza?
Esto fue el principio de la engorda invernal: calamares fritos, callos a la madrileña, Sangría Don Simón, morcilla, chorizo, queso, más ibérico, paella, Museo del Jamón tres veces por semana, pan tumaca, salchichón, galones de cerveza, pan seco y pan dulce que se hace llamar bollería y vinos baratos de buena calidad, ideales para completar un abdomen redondo, orgulloso, rebosante y perverso.
Y de pronto... la comida gallega; el plato de mantaraya, el vino blanco preciso, la sensación en la boca de ser mar y tradiciones.
Pinchos Vascos descaradamente caros pero muy buenos, mariscos descarademente caros y ni tan buenos en San Sebastián (lo que es no saber dónde comer), chuletones de buey y sobrasado que necesité comer, opine lo que opine mi nutrióloga.
Postre portugués ©fiveprime.org |
Llegó París -inquietante, fascinante- de cognac, crepas y vino, de una belleza increíble, soberbia, de vanguardia y añeja, con un paté indescriptible y pastelería que disuelve todos los miedos mientras pasea por la boca y se queda insertado en la memoria, caminando por el Sena, Notre Dame y el Barrio Latino.
Gocé la locura de cocinar de todo y compartir la cena de navidad con un grupo de artistas italianos enloquecidos y entrañables que te invitan a compartir algo tuyo a manera de regalo: una canción, una frase, una ocurrencia. Cantan, comen, hablan italiano y se rifan la pasta más extraordinaria que haya comido jamás, y se arriesgan a probar mi aguerrida sepia al mole y mi insulso pavo en salsa verde.
En Extremadura, entre sus calles medievales, sus cúpulas con cigüeñas y sus imponentes fortalezas, no había más que ensaladas... para alguna acompañante exquisita. Para mí hubo una cantidad de papas, tostas gigantes y cerdo que ya parecían advertirle a mi pantalón que no hay que ser tan excedidos.
En Granada, la Alahambra, las grandes caminatas hacia el Sacromonte, el té dulce de las abundantes teterías árabes, la campaña para salvar al Helio (se está acabando, le quedan veinte años, no compren más globos de Bob Esponja, ni de Patricio, para el caso) y el taconeo feroz y hermoso de la Macarena en una cueva flamenca que, por cierto, servía un ibérico increíble y un salmorejo exquisito.
Pasamos año nuevo entre mexicanos con chimichangas, un risotto a la Úrsula (nombre de la cocinera que mezcló con precisión mariscos y verduras), un atún a la Emi–Gus (Emi, la autora intelectual y Gus el chef) y salsa que sí picaba.
Amanecer de invierno. Sierra Nevada, España. |
Sopa de mariscos. ©paperblog.fr Una tradición compartida en el sur de Francia y el norte de España. |
Y la sepia sencilla, deliciosa en ese Barcelona de Gaudí y su imponente Sagrada Familia. Barcelona del mar, de los sensacionales anfitriones ocupas que odian tanto como yo a ese espantoso hotel gigante que parece crepa cibernética y todo lo que él mismo representa.
Comida china en Toledo, ¿por qué no?
La comida libanesa se insertaba en todas partes, equivalente a los tacos por su accesible precio y porque suelen estar abiertos hasta muy tarde. Siempre llenadora, rara vez sobresaliente.
Kebab madrileño ©yumit.com |
interesante reflexion... me gusta..
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