jueves, 22 de diciembre de 2011
El mandarino
lunes, 29 de agosto de 2011
Ausencia de nariz
La ausencia de nariz comenzó después de la cirugía entre los analgésicos y los malestares físicos. Dicen que comer reconforta y ayuda en la enfermedad, pero para mí, en esta ocasión,no es así. Apenas percibo el sabor de algunos alimentos, es como comer en blanco y negro, falta el color en cada bocado. Sé que estoy comiendo una fresa; sin embargo, mi nariz no percibe su olor, mi memoria intenta recordarlo: es inútil.
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©Gizem Sake |
Los días se hacen largos y la desesperación los hace más largos. Llevo una semana sin tener contacto alguno con los olores de la cocina. Sin duda alguna, el que más extraño es el de la cebolla a punto de caramelizar. Intento cocinar, pero me doy cuenta de que hacerlo sin olfato, es como cocinar a ciegas. Sé a la perfección la receta del arroz con leche, sé cada paso para prepararlo y cuál es su punto exacto de cocción. Pero sin aromas, todo es más difícil. La paciencia parece agotarse, mis ganas de respirar y olfatear se hacen cada vez más grandes...
Después de tres semanas, mi nariz ha despertado, su primer bostezo lo acompaña el aroma tostado del café. Por fin, llegó la hora de beber el color marrón del café. La ausencia de nariz ha terminado, la vida ha comenzado de nuevo.
sábado, 6 de agosto de 2011
París
Jean Marc, el mesero, me reconoce desde lejos. Entro al café y me saluda por mi nombre. No tiene que preguntarme nada; antes de llegar a la barra coloca un croissant y un espresso con un cuadrito de chocolate amargo a un lado. Bebo el café de un solo trago, como si fuera un golpe de adrenalina para despertar de un sueño. Ahí están los habitués de cada mañana: tres peones, un oficinista, una chica universitaria, una pareja de ancianas. Los miro con cierta nostalgia prematura, es mi último día de trabajo en París.
lunes, 25 de julio de 2011
Cartagena

Sin darnos cuenta, ha anochecido. Salimos a las calles, ahora rebosantes de gente; un grupo de músicos y bailarines ensaya en medio de la plaza, las carretas pasan, los niños juegan. El aire es fresco y perfumado de café. Es de noche y Cartagena está despierta.
domingo, 26 de junio de 2011
Trastorno bipolar electromagnético
martes, 31 de mayo de 2011
La ciudad que despierta
Hemos viajado varios días con las mochilas al hombro. Llegamos muy temprano a Estambul.
Las calles limpias, los negocios cerrados, sólo se escuchan los altavoces de las mezquitas llamando al rezo. Encontramos un café abierto; un hombre nos atiende, no hablamos el mismo idioma: imposible comunicarse verbalmente. Tomamos un café. Al terminar el mío, una mujer robusta con una mascada en la cabeza sale de la cocina, se acerca a mi mesa, voltea la taza de la que bebí sobre mi plato y comienza a decirme la suerte. No entiendo nada, pero una sonrisa en su cara me lo dice todo. Con la cafeína en el cuerpo y la confianza de una buena fortuna, nos levantamos de la mesa, curiosos por descubrir qué nos depara esta ciudad que despierta.
lunes, 23 de mayo de 2011
El último dragón enano
viernes, 6 de mayo de 2011
Amnesia retrógada
lunes, 18 de abril de 2011
Crímenes contra la humanidad
Había dado la vuelta al mundo en numerosas expediciones, mirando de lejos las delicias vivas que pasaban por las manos de habitantes tan diversos como sus paladares. Mis goznes pedían a gritos una transformación, algo que permitiera a la humanidad probar aquellos manjares de frescura venidos de ultramar.
sábado, 9 de abril de 2011
Todos los días
martes, 14 de diciembre de 2010
Au café de la foi perdue

Eco para esas ganas de morirse
Cercanía sucedanea á la metaphysique
o
Sangre trágica para sopear el morbo
(sólo en temporada)
Extravío en espuma de frustración
o
Leyenda de amor en sofrito de intenciones
(sugerencia del chef)
Petit fours: paliativos de la vida concreta
o
Deseo a punto de nieve con reducción de veleidades
Oblivion: fresco, vivaz, contundenteLeggere: sobrio, auspicioso, mitigante
Ya no me alimenta el roce ambiguo de un dedo distraído ni la bienvenida luminosa de unas piernas.
Estoy agotada de beberme la soledad a sorbos de ojos cansados y absyntes.
Me voy.
Ya verá la pizarra mejores apetitos.
3. Próxima apertura
Es febrero.
Se me ha hecho tarde para la poesía.
sábado, 20 de noviembre de 2010
La Revolución puede esperar

En tierras sinaloenses me topé con un corrido que contaba la historia de la visita de Giuseppe Garibaldi (mejor conocido como Peppino), nieto del gran Giuseppe Garibaldi unificador de Italia y fiero combatiente de la libertad.
Peppino había escuchado a su abuelo hablar de la suculenta comida que había degustado a su llegada al puerto de Veracruz, ahí por el año 1850, así decidió en la breve escala que haría en el puerto tomarse un tiempo para comer, dejó sus pertenencias en un conocido hotel de la ciudad y se dedicó a buscar un lugar para saborear aquellos platillos de los que tanto le había hablado su abuelo.
Caminó por las pequeñas calles de la ciudad hasta dar con el restaurante en el que su abuelo solía darse el tiempo para disfrutar tranquilamente de un filete de huachinango relleno de mariscos y hoja santa, arroz a la tumbada o un chilpachole de jaiba con una cerveza XX (la única cerveza de México por aquellas épocas). Todo esto acompañado de una buena marimba.
Al término de la sustanciosa comida se retiró a descansar para partir en la madrugada hacia el norte a incorporarse a las fuerzas maderistas. Peppino, quien había participado en varios combates en Europa, luchó al lado de Madero con gran experiencia, lo que le valió ser nombrado coronel, cosa que no gustó mucho a los jefes populares maderistas. No haciendo caso a los comentarios de sus jefes, antes de la batalla de Casas Grandes, Peppino alcanzó el grado de General tras la toma de este poblado. En Casas Grandes se registraron saqueos y fusilamientos hasta la firma de los Tratados de Ciudad Juárez, lo que llevó Porfirio Díaz a renunciar.
En la confusión Peppino escapó después de la batalla de Casas Grandes en el ferrocarril Sur-Pacífico y llegó hasta Mazatlán. Peppino había escuchado hablar de las delicias culinarias en el puerto, del aguachile, el mochomo, chilorio y los grandes ostiones del Pacífico preparados con un ligero toque de perejil, así pasó unos días a la orilla del mar.
Regresó vigoroso, contento a comandar nuevas batallas junto a los revolucionarios conformados por José de la Luz Blanco, Pascual Orozco y el general Francisco Villa.
A la entrada de Madero a la Ciudad de México, Peppino emprendió su regreso a Londres por encomienda del propio Madero con la finalidad de conseguir más financiamientos para la Revolución. Peppino no pudo evitarlo: llegando a Londres buscó un lugar para degustar un buen Roast Beef y un Yorkshire Pudding, considerados platos nacionales de aquellas tierras. Para este héroe goloso, la Revolución podía esperar.
lunes, 15 de noviembre de 2010
jueves, 28 de octubre de 2010
Instantánea 1: Sandía

viernes, 15 de octubre de 2010
De eso de lo que sólo cierta emoción entiende

Me ensartas en las galerías que construyes en el aire arrancándome los ojos,
me conviertes en rebaño y soy cordero, en tanto me dibujas en lienzos pautados con firmeza,
en esta cárcel en que te rindo culto y firmo el armisticio, en medio de tus fuegos envolventes,
y obedezco los decretos de la república que impones en la dulce tiranía en que por ti muero.
Puntillismo infinito es tu receta para siempre, siempre y cuando yo cumpla tus preceptos y liturgias,
y eso será siempre, y tú lo sabes, como sabes queso y en mi simpleza el último de tus súbditos,
el más ferviente admirador de tus besos y conjuros, tus caprichos, tus designios inmortales.
El plinto soberano que me haces se hace jardín del que no escapo, aunque sabes que nunca escaparía,
en que tu satisfacción y tus ojales florecen en macetas infinitas llenas de condimentos insaciables,
y juegas y me das de bofetadas hasta saciar tu apetito de venganza, tu hambre y sed de mis balcones,
y tus ondas expansivas me confunden en medio de tus guisos y llega la hora de morir en el único regazo.
Guantadas enguatadas de gata y de acero capaces de modelar con pericia alquimista el calendario,
entregadas a su tarea, en este sacerdocio en que me sumerges a tu antojo en un mundo nuevo...
Manos abiertas, fogones de cinco dedos, olla, aceite, sal, pimienta y cuchara de caña para que suene,
en tanto bailo en el mar de lágrimas que me deshace y es tu gozo en mi donación total que me consagra.
El pentagrama de mi vida se hace entonces permanente, y yo ya siendo tú contigo me desintegro
en los ingredientes favoritos: agua, tierra, fuego, aire..., en las cosas que a los demás se esconden,
y haces de mí un ser soluble en estos mismos versos que no verán la luz más que en tus ojos, los únicos posibles...
viernes, 1 de octubre de 2010
Coquita

Por Aurora Andrade
¡Órali, mijo! Ámonos a la casa, allá nos aguarda su amá para almorzar, dijo Don Jacinto a Chucho, su hijo. Doña Arcadia había cocinado lo mismo, un manjar tan antiguo como sus arrugas y su comal: chilito pasilla, frijol, máiz, calabaza. Sólo cambió algo: incluyó un líquido rasposo para la garganta, muy liviano, color cacao, con sabor a pino y piloncillo, con olor a amoníaco. Arcadia mostró a su marido y a su hijo un frasco pintado con signos y curvas blancas: mira, “Coca-Cola”, la patrona lo compró camino a Minatitlán. Chucho lo probó. Al tragarlo sintió pulgas frías brincando hacia su nariz y quiso llorar. A sus ocho años sólo había probado agua chocolatosa y licor. La cocacola formó una capa dulzona por toda su boca y garganta. Frunció la cara. Doña Arcadia tomó un poco y sintió lo mismo. Don Jacinto no lo probó, ni un trago. Optó por su alipús. Yo, dijo Jacinto con mirada distraída, no tomo agüitas con gas. Ya conocía la cocacola, la había probado cuando viajaba con su compa Isidro, camino a Minatitlán.
Nunca hubo agua para tomar, nunca tapizaron con asfalto los caminos para poblar las milpas con indios y no vivir tan solitos. Sólo una máquina roja pudo cruzar las llanuras y transportar un líquido transformador. Sí, la cocacola transformó sus modos, como hablaba Arcadia. Pasados los días, Chucho pidió a Arcadia más cocacola. No, mijo, aquí ya no la vamos a hallar. Ay mamá, dijo Chucho, ¿siacabó? Sí mijo, no hay más. Jacinto partió a Minatitlán y volvió pasados cinco días. Traía cargando una caja con signos y curvas blancas pintadas. Arcadia lo sabía: su marido Jacinto, borrachín y todo, los amaba. Su indio había cambiado todas las calabazas por la caja de cocacolas, unas para su chuparrosa, como apodaba a Arcadia, y otras para su chilpa. Nunca, nunca para sí. Sólo la tomaban cuando alguno cumplía años o ganaban lana por su máiz, o cuando llovía mucho y hacía sol. Como no había vacas ni cabras, casi a diario consumían agua chocolatosa. La cocacola, líquido sagrado, sólo podía abrirla Jacinto. Arcadia la vaciaba a la taza y la pasaba a Chucho. Rito y mito, la coca-cola marcó sus santos, sus chanzas, sólo lo útil y lo sano.
Una mañana Chucho tapó su boca con la mano y no quiso hablar. Sangraba un poco, como días atrás, otro colmillo caído. Lo mismo pasaba con Arcadia. Hizo gárgaras con agua chocolatosa, cuyo color cambió al marrón, y dijo a Chucho: tu igual, niño. Chucho miró la tinaja: había un trocito blanco y con hoyos, duro, flotando. Lo tomó, como había tomado los otros, y sin dilación lo clavó al piso, junto a su cama. Un día, por fin, acomodó todos los trocitos y formó un mosaico curvo: su propia sonrisa. Tras los labios brillaban rojas las mucosas, ya sin colmillos para triturar maíz. Sus ojos miraron hacia la caja sagrada. Dichoso y sin ruido, como un ratón dando brincos, tomó un frasco y lo abrió. Sintió las pulgas frías jugando por su boca, gas con sabor a pino y piloncillo, líquido con olor a amoníaco.
miércoles, 22 de septiembre de 2010
El último
El silencio envolvía la soledad de aquel hombre perdido en la inhóspita llanura. El crujir de las brasas era el único sonido que irrumpía en la pesadez de la noche. Taciturno, el viejo acomodaba con una rama los trozos de leña mientras recordaba una historia que caía en el olvido: la suya y la de su gente. La de un pueblo cuyos valores y costumbres habían sido condenados al archivo de los museos bajo el concepto de lo arcaico. En todo ello pensaba mientras preparaba la carne y distribuía el carbón bajo la parrilla siguiendo las enseñazas de su padre. Imaginaba cómo los nuevos dueños comerían el asado que estaba preparando.

lunes, 20 de septiembre de 2010
Chocolate
Estimado señor:
Me permito enviarle un caluroso saludo y felicitarlo por la inigualable calidad de su línea de productos. No sabría decirle exactamente cuál de ellos me parece más sabroso. Verá: hace tiempo que tengo esta necesidad de probar todos los chocolates que existen a la venta, especialmente cuando me encuentro muy sensible. Disculpe mi atrevimiento, pero confío en que usted sabrá interpretar la peculiaridad de la indisposición que se presenta al final del ciclo lunar de toda mujer.
En esta búsqueda –y preciso aclarar que me ha tomado más de diez años- he recorrido tiendas de abarrotes, autoservicios de interminables anaqueles, otros muchos establecimientos que cuentan con sección de ultramarinos y dulcería, y los conocidos delikatessen. He probado más de 142 marcas de chocolates y 82 variedades de ellos. Sin embargo, fue hace algunos días que una de mis amistades regresó de un largo viaje por su país y tuvo el fino detalle de regalarme una caja de madera bellamente envuelta. Como seguramente usted sabe, es de pésimo gusto abrir los regalos en cuanto se han recibido. Así, esperé a que mi visita se marchara y destapé ansiosa el presente, con cuidado de no romper la envoltura. Cuál fue mi sorpresa cuando descubrí en la inscripción de la tapa que mi amiga se había tomado el cuidado y la atención de pensar en mis gustos tan especiales. Hasta ese momento, tenía la sospecha de que esos chocolates fueran tan insípidos y comunes como otros que han llegado a mi paladar. Temía que no pudieran satisfacerme y que terminaran en la cazuela del perro sin lograr calmar este vacío que me corroe hasta las lágrimas una vez al mes. Decidí abrir la caja y probar al menos uno, por curiosidad, claro está. No pude ocultar mi agrado cuando aparecieron ante mis ojos las delicadas envolturas de papel azul cielo decorado con orlas y flores doradas que me recordaron el techo del templo de Santo Domingo en la ciudad de Oaxaca, un valuarte del barroco, sin duda. Mi sorpresa creció aún más al mirar los moldes de aquellos que no llevaban envoltura. Permítame confesarle que los contornos de las piezas en cuestión me resultaron bastante sugerentes. Sí, me escandalicé al pensar que su empresa es poco discreta y manifiesta tendencias de subliminal pornografía, lo que, francamente, me parece una estrategia de mercadeo que pondría en duda sus principios morales. Superada esta primera sospecha, confirmé que mi aguda imaginación y mi amplio conocimiento en el campo de la chocolatería me llevaba a terrenos poco gratos.
Debo reparar en una indiscreción más: terminé con el contenido de la caja en menos de media hora. Uno tras otro, los chocolates abandonaron su contenedor para llenar mi boca con una larga, larguísima sensación de contemplación mística. Lo que yo calificaría como un sabor redondo, completo y profundo, apenas describiría mezquinamente lo que experimenté. Sus productos contienen la manteca de cacao necesaria para suavizar y entibiar el gusto. Con ello, la solidez del chocolate alcanza su punto de fusión en el momento exacto en que la salivación es más intensa. Sin embargo, y espero que tome esta crítica en consideración, encontré que algunos de los chocolates rellenos no pasan de ser de mediana calidad y de mínima originalidad.
La mayor virtud de algunas piezas, creo yo, se encuentra en los trozos de almendra y avellana finamente picados que apenas se perciben, y cuyo sabor se realza con los toques de vainilla –la de vaina, por supuesto, la auténtica- que han agregado al tueste de las semillas. Pero mi mayor satisfacción llegó mientras la punta de un chocolate se derretía entre mis labios y extraje una deliciosa pasta semitransparente que inundó mi boca, mi aliento y mi respiración con una esencia de anís y oporto. No pude emitir otra exclamación que no fuera un sonoro y extático “¡Bravo!”.
Después de haber experimentado tal placer, muy cercano a la completud ontológica, debo reiterar mi completa fidelidad a su línea de productos y mis más sinceras felicitaciones. Espero, en la medida de lo posible, llegar a conocerlo a usted algún día para expresarle de viva voz mi infinito agradecimiento. Suplico disculpe mi insistencia e indiscreción, pero creí necesario hacerle saber que sus chocolates han sanado años de triste y solitaria búsqueda. Ahora que los he encontrado, nada me honraría más que recibir, al menos una vez al mes, un ejemplar de aquella caja de chocolates. Me comprometo a depositar puntualmente el dinero de la compra en su cuenta. Puede estar seguro de que ahora soy lo que ustedes llaman un “cliente cautivo”.
Espero su pronta respuesta y su grata visita.
Atte.
Sra. Alfonsina Rivas Díaz de León