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jueves, 22 de diciembre de 2011

El mandarino


Por Claudia Luna


Mi abuela apenas puede caminar, está jorobada y tiene cabellos color leche. Ya no escucha cuando canta el gallo a las cinco de la mañana. Tampoco puede ver los números del calendario, pero su memoria le recuerda que faltan pocos días para Navidad. Además, lo sabe porque el mandarino del patio de atrás ha comenzado a inundar a la casa con su olor amargo y cítrico.

Cada año, mi abuela agarra su rebozo y hace una bolsa con él, lo ocupa para recoger las mandarinas que ha tirado el árbol. Después, las lleva a la mesa de madera y comienza a escogerlas, les quita las hojas y las guarda en una bolsa de cuero, para ponerlas a secar al sol.

Las pela y desgaja. Coloca los gajos en una cazuela de cobre, encima le avienta azúcar, agua y una canela.  Prende la leña y calienta la cazuela con los gajos. Ella se sienta en una piedra y espera más allá del medio día enfrente de la lumbre. Platica con las mandarinas que se cuecen y les cuenta que ya nadie la escucha. Con un palo, mueve en círculos la mezcla espesa de mandarinas, lo lleva a su boca y lo lame. Sonríe y quita la cazuela del fogón.

Grita mi nombre para que  vaya y le ayude a vaciar la mermelada en un jarrón de barro. Tomo la cuchara y la meto en el jarrón, mientras ella cose un trozo de tela para tapar de las moscas a la mermelada. Al final, mi recompensa es chupar la cuchara…

He despertado y mi abuela ya no está. El árbol sigue inundando la casa con su olor amargo y cítrico cada Navidad. 


lunes, 29 de agosto de 2011

Ausencia de nariz

Por Claudia Luna


La ausencia de nariz comenzó después de la cirugía entre los analgésicos y los malestares físicos. Dicen que comer reconforta y ayuda en la enfermedad, pero para mí, en esta ocasión,no es así. Apenas percibo el sabor de algunos alimentos, es como comer en blanco y negro, falta el color en cada bocado. Sé que estoy comiendo una fresa; sin embargo, mi nariz no percibe su olor, mi memoria intenta recordarlo: es inútil. 

©Gizem Sake

Los días se hacen largos y la desesperación los hace más largos. Llevo una semana sin tener contacto alguno con los olores de la cocina. Sin duda alguna, el que más extraño es el de la cebolla a punto de caramelizar. Intento cocinar, pero me doy cuenta de que hacerlo sin olfato, es como cocinar a ciegas. Sé a la perfección la receta del arroz con leche, sé cada paso para prepararlo y cuál es su punto exacto de cocción. Pero sin aromas, todo es más difícil. La paciencia parece agotarse, mis ganas de respirar y olfatear se hacen cada vez más grandes...


Después de tres semanas, mi nariz ha despertado, su primer bostezo lo acompaña el aroma tostado del café. Por fin, llegó la hora de beber el color marrón del café. La ausencia de nariz ha terminado, la vida ha comenzado de nuevo. 

sábado, 6 de agosto de 2011

París

Por Luza Alvarado


Jean Marc, el mesero, me reconoce desde lejos. Entro al café y me saluda por mi nombre. No tiene que preguntarme nada; antes de llegar a la barra coloca un croissant y un espresso con un cuadrito de chocolate amargo a un lado. Bebo el café de un solo trago, como si fuera un golpe de adrenalina para despertar de un sueño. Ahí están los habitués de cada mañana: tres peones, un oficinista, una chica universitaria, una pareja de ancianas. Los miro con cierta nostalgia prematura, es mi último día de trabajo en París.

lunes, 25 de julio de 2011

Cartagena

Por Inés Saavedra

Las calles están vacías; es esa hora misteriosa después de comer en la que la vida parece detenerse. En medio del calor, tratamos de encontrar un lugar abierto. Ahí está: un café en el portal de los dulces. Algunos leen, otros fuman, escriben, platican o simplemente beben de sus tazas en silencio, como dejando pasar el tiempo. Nos unimos a ese grupo de bebedores.
Sin darnos cuenta, ha anochecido. Salimos a las calles, ahora rebosantes de gente; un grupo de músicos y bailarines ensaya en medio de la plaza, las carretas pasan, los niños juegan. El aire es fresco y perfumado de café. Es de noche y Cartagena está despierta.

domingo, 26 de junio de 2011

Trastorno bipolar electromagnético


“Todo comenzó cuando me enviaron como regalo a ese pueblo tercermundista. Como la familia guisaba con leña y carbón bajo la enramada, permanecí esperando en uno de los tiraderos del quintal. Un día comenzó a llover y no escampó en semanas. La señora de la casa miraba con desesperación ya los bultos de ropa mojada, ya las nubes desgajándose día y noche. Una tarde sus ojos se encontraron conmigo. Me sacó del exilio y me colocó junto a la parrilla; por fin cumpliría la misión para la que había sido enviado.”
Confundido por el relato, el psicoanalista interrumpió: 
–Discúlpeme, no entiendo dónde está el problema de personalidad del que habla.
–Si a usted lo confundieran con un vendedor de incienso, me entendería. Fungir como secadora de ropa en un país tropical ayuda a pasar los días, pero es francamente humillante.

martes, 31 de mayo de 2011

La ciudad que despierta

Por Paz Merino

Hemos viajado varios días con las mochilas al hombro. Llegamos muy temprano a Estambul.


Las calles limpias, los negocios cerrados, sólo se escuchan los altavoces de las mezquitas llamando al rezo. Encontramos un café abierto; un hombre nos atiende, no hablamos el mismo idioma: imposible comunicarse verbalmente. Tomamos un café. Al terminar el mío, una mujer robusta con una mascada en la cabeza sale de la cocina, se acerca a mi mesa, voltea la taza de la que bebí sobre mi plato y comienza a decirme la suerte. No entiendo nada, pero una sonrisa en su cara me lo dice todo. Con la cafeína en el cuerpo y la confianza de una buena fortuna, nos levantamos de la mesa, curiosos por descubrir qué nos depara esta ciudad que despierta.






lunes, 23 de mayo de 2011

El último dragón enano


“La boca se llena de palabras que repiten los placeres de la boca” dijo, y terminó de mover el guiso con la soltura que sólo se obtiene con el pasar del tiempo y las muñecas firmes.
Es dragón, dragón enano”, dijo entre dientes mientras olía de cerca. Aquel hombre que se llamaba a sí mismo cazador de dragones, parecía haberse acoplado a la tierra en los ojos, a sus botellas vacías que colgaban causando un ruido sin calma para ahuyentar espíritus chocarreros y atraer ángeles ebrios. Me sentí obligado a preguntar de dónde había sacado al dragón que estábamos por comer. Después de un silencio que parecía indicar que aquello de comer dragones era cosa de locos, dijo: “comeremos un dragón, sólo que éste se hizo pequeño, perdió sus alas en alguna batalla y quedó protegido por un ridículo caparazón que cura. Beba su sangre.” No estaba seguro de querer beber sangre de dragón enano y dentudo y evité la bebida. Su rostro se tornó grave y me extendió un poco del guiso aquél. Siete carnes en mi boca y una sensación de querer decir algo al respecto.
“Comió usted al último de los dragones enanos, ¿qué siente?” Estoy seguro de que cientos de dragones pequeños de caparazón ridículo me hubieran querido matar ¿Por qué yo? Concluí que la boca no entiende nada sobre el pasado, que basta una pizca de malicia y tres de ignorancia para comerse al último dragón y aún chuparse los dedos. Siete carnes a cambio de una especie… prefiero seguir mi viaje con la boca y las palabras cerradas antes de tragar y desechar hadas, duendes y unicornios.

viernes, 6 de mayo de 2011

Amnesia retrógada

Por Adriana Chávez

Uy, si le dijera… No se acuerda de muchas cosas después del accidente, pero ya está comenzando a vivir; antes sólo se la pasaba tratando de recordar. Pareciera que la cocina le da ciertas sensaciones que persigue en la memoria. Un olor, un sabor. A veces cree recordar alguna receta. Según ella, reconstruye los guisos de mamá. ¡Con lo que odiaba su sazón! Ahora todo lo come con cebolla y chile, cuando siempre peleaba porque mamá le ponía demasiado picante a la comida… El doctor dice que está bien, que es mejor que comience a construir sus recuerdos poco a poco, que tome confianza porque ya nunca será la misma. Por cierto, don Fernando, ¿a cómo tiene el kilo de tomate? No se le olvide ponerme tres cebollas, cuatro chiles y un ramito de epazote.

©Paz Merino 


Conoce nuestro website: Indie Food Project

lunes, 18 de abril de 2011

Crímenes contra la humanidad


Refrigerador
Estaba harto, aburrido de ser un simple contenedor de acero que transportaba latas y conservas, frutos secos, marchitos, sin color. 


Había dado la vuelta al mundo en numerosas expediciones, mirando de lejos las delicias vivas que pasaban por las manos de habitantes tan diversos como sus paladares. Mis goznes pedían a gritos una transformación, algo que permitiera a la humanidad probar aquellos manjares de frescura venidos de ultramar.
El espíritu del Progreso hizo caso a mis plegarias. Colocaron en mis entrañas un motor capaz de detener brevemente el paso tiempo, la muerte misma. Cambié yo, cambió el mundo. Las cocinas se transformaron, llenándose de frescura y diluyendo las fronteras entre los pueblos.
Pero fui juzgado y declarado culpable. Me atribuyen el cambio climático, la huella de carbono, la pérdida de los mercados locales, el aumento en los costos de los vegetales. Yo, que sólo quería compartir mis travesías, me encuentro en prisión. Ahora recuerdo todo aquello como un viejo sueño de futuro.

sábado, 9 de abril de 2011

Todos los días


Cuentos de café, Veracruz

Todos los días vuelvo a la plaza esperando encontrarte. El aroma del café tostado me obliga a sentarme en una de las mesas de los portales.  Siete campanadas riegan la noche entre una algarabía de palmeras, marimbas y damas con abanico. Es hora de que aparezcas.  Tomo mi cuchara y la hago tintinear contra el vaso.  Enseguida se acerca un jovencito -guayabera impecable- con dos jarras en la mano. Vierte el café negro, después sirve la leche con cálculo milimétrico. Le pregunto por ti, doy santo y seña.  Te busca con la mirada y señala el final del corredor.  Envuelta en el aroma del café se acerca una mujer resplandeciente. Cuando sus ojos me rozan, ya no me importa que no seas tú.

martes, 14 de diciembre de 2010

Au café de la foi perdue

Por Luza Alvarado



Foto: James Coleman
1. A elegir
Entrada fría
Eco para esas ganas de morirse
Primer tiempo
Cercanía sucedanea á la metaphysique
o
Sangre trágica para sopear el morbo
(sólo en temporada)
Fuertes
Extravío en espuma de frustración
o
Leyenda de amor en sofrito de intenciones
(sugerencia del chef)
Postres
Petit fours: paliativos de la vida concreta
o
Deseo a punto de nieve con reducción de veleidades
Maridaje sugerido
Oblivion: fresco, vivaz, contundenteLeggere: sobrio, auspicioso, mitigante

2. Traspaso
He dejado de ser la vitrina de paso, el pretexto de los habituales buscando "La caricia del día".
Ya no me alimenta el roce ambiguo de un dedo distraído ni la bienvenida luminosa de unas piernas.
Estoy agotada de beberme la soledad a sorbos de ojos cansados y absyntes.
Cuelgo el letrero.
Me voy.
Se quedan las sillas ensayando posturas pornográficas en honor al Café de Nadie.
Ya verá la pizarra mejores apetitos.

3. Próxima apertura


Afuera es tiempo de vientos y campos soleados de convites.
Es febrero.
Se me ha hecho tarde para la poesía.

sábado, 20 de noviembre de 2010

La Revolución puede esperar

Por Camila de la O



"Peppino había escuchado hablar de las delicias culinarias en el puerto..."


En tierras sinaloenses me topé con un corrido que contaba la historia de la visita de Giuseppe Garibaldi (mejor conocido como Peppino), nieto del gran Giuseppe Garibaldi unificador de Italia y fiero combatiente de la libertad.


Peppino
había escuchado a su abuelo hablar de la suculenta comida que había degustado a su llegada al puerto de Veracruz, ahí por el año 1850, así decidió en la breve escala que haría en el puerto tomarse un tiempo para comer, dejó sus pertenencias en un conocido hotel de la ciudad y se dedicó a buscar un lugar para saborear aquellos platillos de los que tanto le había hablado su abuelo.

Caminó por las pequeñas calles de la ciudad hasta dar con el restaurante en el que su abuelo solía darse el tiempo para disfrutar tranquilamente de un filete de huachinango relleno de mariscos y hoja santa, arroz a la tumbada o un chilpachole de jaiba con una cerveza XX (la única cerveza de México por aquellas épocas). Todo esto acompañado de una buena marimba.

Al término de la sustanciosa comida se retiró a descansar para partir en la madrugada hacia el norte a incorporarse a las fuerzas maderistas. Peppino, quien había participado en varios combates en Europa, luchó al lado de Madero con gran experiencia, lo que le valió ser nombrado coronel, cosa que no gustó mucho a los jefes populares maderistas. No haciendo caso a los comentarios de sus jefes, antes de la batalla de Casas Grandes, Peppino alcanzó el grado de General tras la toma de este poblado. En Casas Grandes se registraron saqueos y fusilamientos hasta la firma de los Tratados de Ciudad Juárez, lo que llevó Porfirio Díaz a renunciar.

En la confusión Peppino escapó después de la batalla de Casas Grandes en el ferrocarril Sur-Pacífico y llegó hasta Mazatlán. Peppino había escuchado hablar de las delicias culinarias en el puerto, del aguachile, el mochomo, chilorio y los grandes ostiones del Pacífico preparados con un ligero toque de perejil, así pasó unos días a la orilla del mar.

Regresó vigoroso, contento a comandar nuevas batallas junto a los revolucionarios conformados por José de la Luz Blanco, Pascual Orozco y el general Francisco Villa.

A la entrada de Madero a la Ciudad de México, Peppino emprendió su regreso a Londres por encomienda del propio Madero con la finalidad de conseguir más financiamientos para la Revolución. Peppino no pudo evitarlo: llegando a Londres buscó un lugar para degustar un buen Roast Beef y un Yorkshire Pudding, considerados platos nacionales de aquellas tierras. Para este héroe goloso, la Revolución podía esperar.

lunes, 15 de noviembre de 2010

De los aromas

Los olores de albahaca dulce y de lavanda
(que entran por mi ventana cada mañana),
inspiran mi pasión por tu mirada distante.
Ese velo de misterio que te cubre.

Davide Volperosso




viernes, 15 de octubre de 2010

De eso de lo que sólo cierta emoción entiende

Señora de Andalucía (1998)
©Julia Hidalgo


Por Manuel Pérez-Petit*


Me ensartas en las galerías que construyes en el aire arrancándome los ojos,

me conviertes en rebaño y soy cordero, en tanto me dibujas en lienzos pautados con firmeza,

en esta cárcel en que te rindo culto y firmo el armisticio, en medio de tus fuegos envolventes,

y obedezco los decretos de la república que impones en la dulce tiranía en que por ti muero.



Puntillismo infinito es tu receta para siempre, siempre y cuando yo cumpla tus preceptos y liturgias,

y eso será siempre, y tú lo sabes, como sabes queso y en mi simpleza el último de tus súbditos,

el más ferviente admirador de tus besos y conjuros, tus caprichos, tus designios inmortales.



El plinto soberano que me haces se hace jardín del que no escapo, aunque sabes que nunca escaparía,

en que tu satisfacción y tus ojales florecen en macetas infinitas llenas de condimentos insaciables,

y juegas y me das de bofetadas hasta saciar tu apetito de venganza, tu hambre y sed de mis balcones,

y tus ondas expansivas me confunden en medio de tus guisos y llega la hora de morir en el único regazo.


Guantadas enguatadas de gata y de acero capaces de modelar con pericia alquimista el calendario,

entregadas a su tarea, en este sacerdocio en que me sumerges a tu antojo en un mundo nuevo...

Manos abiertas, fogones de cinco dedos, olla, aceite, sal, pimienta y cuchara de caña para que suene,

en tanto bailo en el mar de lágrimas que me deshace y es tu gozo en mi donación total que me consagra.


El pentagrama de mi vida se hace entonces permanente, y yo ya siendo tú
contigo me desintegro

en los ingredientes favoritos: agua, tierra, fuego, aire..., en las cosas que a los
demás se esconden,

y haces de mí un ser soluble en estos mismos versos que no verán la luz más
que en tus ojos, los únicos posibles...


*Manuel Pérez-Petit, poeta chilango andaluz.
Nacido en Sevilla (España), en 1967, vive en la Ciudad de México. Escritor, gestor cultural, periodista y docente. Asesor de diversas galerías de arte, editoriales, publicaciones y centros culturales públicos y privados. Su obra ha sido publicada en media docena de libros y en medio centenar de publicaciones periódicas. Es miembro de la organización de la Plataforma de Artistas Chilango Andaluces.

viernes, 1 de octubre de 2010

Coquita


Por Aurora Andrade


"...sintió pulgas frías brincando hacia su nariz..."




¡Órali, mijo! Ámonos a la casa, allá nos aguarda su amá para almorzar, dijo Don Jacinto a Chucho, su hijo. Doña Arcadia había cocinado lo mismo, un manjar tan antiguo como sus arrugas y su comal: chilito pasilla, frijol, máiz, calabaza. Sólo cambió algo: incluyó un líquido rasposo para la garganta, muy liviano, color cacao, con sabor a pino y piloncillo, con olor a amoníaco. Arcadia mostró a su marido y a su hijo un frasco pintado con signos y curvas blancas: mira, “Coca-Cola”, la patrona lo compró camino a Minatitlán. Chucho lo probó. Al tragarlo sintió pulgas frías brincando hacia su nariz y quiso llorar. A sus ocho años sólo había probado agua chocolatosa y licor. La cocacola formó una capa dulzona por toda su boca y garganta. Frunció la cara. Doña Arcadia tomó un poco y sintió lo mismo. Don Jacinto no lo probó, ni un trago. Optó por su alipús. Yo, dijo Jacinto con mirada distraída, no tomo agüitas con gas. Ya conocía la cocacola, la había probado cuando viajaba con su compa Isidro, camino a Minatitlán.


Nunca hubo agua para tomar, nunca tapizaron con asfalto los caminos para poblar las milpas con indios y no vivir tan solitos. Sólo una máquina roja pudo cruzar las llanuras y transportar un líquido transformador. Sí, la cocacola transformó sus modos, como hablaba Arcadia. Pasados los días, Chucho pidió a Arcadia más cocacola. No, mijo, aquí ya no la vamos a hallar. Ay mamá, dijo Chucho, ¿siacabó? Sí mijo, no hay más. Jacinto partió a Minatitlán y volvió pasados cinco días. Traía cargando una caja con signos y curvas blancas pintadas. Arcadia lo sabía: su marido Jacinto, borrachín y todo, los amaba. Su indio había cambiado todas las calabazas por la caja de cocacolas, unas para su chuparrosa, como apodaba a Arcadia, y otras para su chilpa. Nunca, nunca para sí. Sólo la tomaban cuando alguno cumplía años o ganaban lana por su máiz, o cuando llovía mucho y hacía sol. Como no había vacas ni cabras, casi a diario consumían agua chocolatosa. La cocacola, líquido sagrado, sólo podía abrirla Jacinto. Arcadia la vaciaba a la taza y la pasaba a Chucho. Rito y mito, la coca-cola marcó sus santos, sus chanzas, sólo lo útil y lo sano.


Una mañana Chucho tapó su boca con la mano y no quiso hablar. Sangraba un poco, como días atrás, otro colmillo caído. Lo mismo pasaba con Arcadia. Hizo gárgaras con agua chocolatosa, cuyo color cambió al marrón, y dijo a Chucho: tu igual, niño. Chucho miró la tinaja: había un trocito blanco y con hoyos, duro, flotando. Lo tomó, como había tomado los otros, y sin dilación lo clavó al piso, junto a su cama. Un día, por fin, acomodó todos los trocitos y formó un mosaico curvo: su propia sonrisa. Tras los labios brillaban rojas las mucosas, ya sin colmillos para triturar maíz. Sus ojos miraron hacia la caja sagrada. Dichoso y sin ruido, como un ratón dando brincos, tomó un frasco y lo abrió. Sintió las pulgas frías jugando por su boca, gas con sabor a pino y piloncillo, líquido con olor a amoníaco.




miércoles, 22 de septiembre de 2010

El último

Por Juan Pablo Cantini


El silencio envolvía la soledad de aquel hombre perdido en la inhóspita llanura. El crujir de las brasas era el único sonido que irrumpía en la pesadez de la noche. Taciturno, el viejo acomodaba con una rama los trozos de leña mientras recordaba una historia que caía en el olvido: la suya y la de su gente. La de un pueblo cuyos valores y costumbres habían sido condenados al archivo de los museos bajo el concepto de lo arcaico. En todo ello pensaba mientras preparaba la carne y distribuía el carbón bajo la parrilla siguiendo las enseñazas de su padre. Imaginaba cómo los nuevos dueños comerían el asado que estaba
preparando.

Pensó en envenenarlos. Enseguida descartó la idea; algo le prohibía violentar lo único que le quedaba: la cocina como una forma de haber sido en el mundo. Minutos más tarde, llegaron ellos, los que comerían el último asado hecho por alguien de estas tierras. Intentaron imitarlo durante años, pero nunca pudieron acercarse al sabor de aquel legendrario rito.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Chocolate

Por Aurora Andrade






Estimado señor:


Me permito enviarle un caluroso saludo y felicitarlo por la inigualable calidad de su línea de productos. No sabría decirle exactamente cuál de ellos me parece más sabroso. Verá: hace tiempo que tengo esta necesidad de probar todos los chocolates que existen a la venta, especialmente cuando me encuentro muy sensible. Disculpe mi atrevimiento, pero confío en que usted sabrá interpretar la peculiaridad de la indisposición que se presenta al final del ciclo lunar de toda mujer.

En esta búsqueda –y preciso aclarar que me ha tomado más de diez años- he recorrido tiendas de abarrotes, autoservicios de interminables anaqueles, otros muchos establecimientos que cuentan con sección de ultramarinos y dulcería, y los conocidos delikatessen. He probado más de 142 marcas de chocolates y 82 variedades de ellos. Sin embargo, fue hace algunos días que una de mis amistades regresó de un largo viaje por su país y tuvo el fino detalle de regalarme una caja de madera bellamente envuelta. Como seguramente usted sabe, es de pésimo gusto abrir los regalos en cuanto se han recibido. Así, esperé a que mi visita se marchara y destapé ansiosa el presente, con cuidado de no romper la envoltura. Cuál fue mi sorpresa cuando descubrí en la inscripción de la tapa que mi amiga se había tomado el cuidado y la atención de pensar en mis gustos tan especiales. Hasta ese momento, tenía la sospecha de que esos chocolates fueran tan insípidos y comunes como otros que han llegado a mi paladar. Temía que no pudieran satisfacerme y que terminaran en la cazuela del perro sin lograr calmar este vacío que me corroe hasta las lágrimas una vez al mes. Decidí abrir la caja y probar al menos uno, por curiosidad, claro está. No pude ocultar mi agrado cuando aparecieron ante mis ojos las delicadas envolturas de papel azul cielo decorado con orlas y flores doradas que me recordaron el techo del templo de Santo Domingo en la ciudad de Oaxaca, un valuarte del barroco, sin duda. Mi sorpresa creció aún más al mirar los moldes de aquellos que no llevaban envoltura. Permítame confesarle que los contornos de las piezas en cuestión me resultaron bastante sugerentes. Sí, me escandalicé al pensar que su empresa es poco discreta y manifiesta tendencias de subliminal pornografía, lo que, francamente, me parece una estrategia de mercadeo que pondría en duda sus principios morales. Superada esta primera sospecha, confirmé que mi aguda imaginación y mi amplio conocimiento en el campo de la chocolatería me llevaba a terrenos poco gratos.

Debo reparar en una indiscreción más: terminé con el contenido de la caja en menos de media hora. Uno tras otro, los chocolates abandonaron su contenedor para llenar mi boca con una larga, larguísima sensación de contemplación mística. Lo que yo calificaría como un sabor redondo, completo y profundo, apenas describiría mezquinamente lo que experimenté. Sus productos contienen la manteca de cacao necesaria para suavizar y entibiar el gusto. Con ello, la solidez del chocolate alcanza su punto de fusión en el momento exacto en que la salivación es más intensa. Sin embargo, y espero que tome esta crítica en consideración, encontré que algunos de los chocolates rellenos no pasan de ser de mediana calidad y de mínima originalidad.

La mayor virtud de algunas piezas, creo yo, se encuentra en los trozos de almendra y avellana finamente picados que apenas se perciben, y cuyo sabor se realza con los toques de vainilla –la de vaina, por supuesto, la auténtica- que han agregado al tueste de las semillas. Pero mi mayor satisfacción llegó mientras la punta de un chocolate se derretía entre mis labios y extraje una deliciosa pasta semitransparente que inundó mi boca, mi aliento y mi respiración con una esencia de anís y oporto. No pude emitir otra exclamación que no fuera un sonoro y extático “¡Bravo!”.


Después de haber experimentado tal placer, muy cercano a la completud ontológica, debo reiterar mi completa fidelidad a su línea de productos y mis más sinceras felicitaciones. Espero, en la medida de lo posible, llegar a conocerlo a usted algún día para expresarle de viva voz mi infinito agradecimiento. Suplico disculpe mi insistencia e indiscreción, pero creí necesario hacerle saber que sus chocolates han sanado años de triste y solitaria búsqueda. Ahora que los he encontrado, nada me honraría más que recibir, al menos una vez al mes, un ejemplar de aquella caja de chocolates. Me comprometo a depositar puntualmente el dinero de la compra en su cuenta. Puede estar seguro de que ahora soy lo que ustedes llaman un “cliente cautivo”.

Espero su pronta respuesta y su grata visita.


Atte.
Sra. Alfonsina Rivas Díaz de León